La tarde era
sumamente fría, pero mas que eso,
El frio mayor
parecía, anidárseme dentro del pecho…
Fue entonces
que me ofreciste tomar un café,
Lo compartimos,
sencillamente era ¡pésimo!
Pero casi no
lo notamos… me gustó escucharte
Tu diálogo
inteligente, con la humildad del genio
Supe de
inmediato, lo especial que eras,
Que nos
parecíamos en muchos aspectos,
Tu melodiosa
voz expresaba los distintos conceptos,
Sobre el
arte, la vida, el amor, la energía…
Mucho rato
hablamos de sueños y proyectos,
Creí que la
tarde seguiría ese rumbo casi perfecto,
Cuando con
tus ojos fijos en los míos murmuraste…
No te
ofendas, me gusta tu boca, muero por besarte,
Mas allá de
la seriedad de tu gesto creí que te burlabas,
No podía ser
posible, yo nadie, solo tu admiradora,
Tu guapo,
inteligente, talentoso, yo ¡tan poquita cosa!
Me costó
encontrar mi voz y decirte que no era cierto,
Que estabas
mintiendo, tus labios cerraron mi boca,
Cayó sobre
mi rostro la oscura cascada de tu pelo,
Supiste ser
el guerrero que mato si piedad el tiempo,
Renacieron
retoños en las ramas secas de mi pecho,
Lograste
sembrar primaveras donde reinaba el invierno,
Eliminaste
mis pálidos espectros de sueños muertos,
Y volviste a
la vida, el color, la ilusión, la autoestima,
Hoy puedo
mirarme en el espejo y veo en mis ojos,
El brillo
que les otorgó tu energía, transmitida, compartida
Que nació
esa tarde de invierno, bajo tus labios…
Y que en mi
corazón y mi alma quedo encendida
Como tu
recuerdo, etéreo y eterno ¡para toda la vida!
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